lunes, 21 de febrero de 2011

Tienes apetito? (Fin)

Si no comiste ya perdiste la oportunidd de hacerlo, se cerró la "cocina".













2 comentarios:

  1. Mi Ama pone las fresas en mi boca, yo las mordisqueo y saboreo, chupo sus dedos para limpiarlos completamente del jugo... Qué intenso erotismo...

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  2. Filipa terminó de ajustar el collar de cuero alrededor del cuello de su marido, después de haberle amarrado a su vez el tobillo con una argolla de hierro, envuelta en un pañuelo para que no le lacerase la piel. La argolla del tobillo estaba sujeta a una cadena que terminaba en una gruesa anilla embutida en la pared, de manera que Rinaldo no podría moverse más que un par de pasos de la silla en la que permanecía sentado, atento a los manejos de su esposa.

    Filipa observó el resultado de dichos manejos y sonrió satisfecha. El caballero Rinaldo no se movería de la habitación hasta que ella soltara el candado que sujetaba la argolla del tobillo.

    “¿Por qué he de permanecer aquí mientras os solazáis en la alcoba con vuestro amante?”, protestó Rinaldo débilmente. “¿No podríais permitir al menos que me ausentara de la casa y aprovechara para hacer algún recado o visitar a un amigo mientras le amáis?”, añadió.

    “Mi buen señor”, dijo Filipa con una amplia sonrisa, “ya sabéis que me gusta mucho sentir que estáis en la habitación de al lado cuando gozo con el caballero Quasdagliotti. Conocéis bien el deleite que me produce que oigáis mis gemidos ante las furiosas embestidas del caballero”. Prosiguió con voz pícara: “Creo que si os aproximáis bien a la puerta y pegáis la oreja podréis oír el chupeteo de nuestros besos y lametones, mi amigo es muy fogoso y he descubierto que le gustan mis pies tanto o más que a vos”.

    “¡Pero es tan humillante”, dijo Rinaldo. “¿Qué pensarán los criados? ¿Y si me oye el caballero Quasdagliotti y se da cuenta de que estoy aquí?”.

    “Será mejor que no hagáis ningún ruido y os limitéis a escuchar en silencio”, rió Filipa. “Y no os preocupéis por los criados”, prosiguió abrazando a Rinaldo por el cuello y besándole. “Hoy tienen todos el día libre, salvo Francesca y Renato, que son fieles a nosotros desde hace muchos años, ante quienes no tiene sentido ya ocultar nada, pues nos conocen muy bien y han sido muy discretos. ¿Acaso habéis olvidado aquella tarde en la que yo, de cuclillas sobre vos, vaciaba el néctar dorado de mi vejiga en vuestra boca y en ese momento entró Francesca en mi aposento sin saber que también estabais vos, pero hizo como que nada había visto y salió discreta? Luego limpió todo con la ayuda de Renato, mi orina y vuestro semen, que tan generosamente habíais esparcido sobre la alfombra”.

    Rinaldo enrojeció con aquel recuerdo y no dijo más. Su esposa añadió:

    “Sobre la mesa os dejo comida y vino por si sentís hambre y también algunos libros, pluma y papel por si deseáis escribir”. Cogió unas pocas fresas en su mano y las acercó a la boca de su marido. Él empezó a comerlas con los ojos cerrados, con pequeños mordiscos. Un poco de jugo se escurrió por sus comisuras. Ella recogió el jugo con sus dedos y los metió en la boca de Rinaldo. Él chupó suave pero intensamente, saboreando los dedos de Filipa, deleitándose con ellos, sin quererlos dejar escapar. Ella le miraba con sonrisa divertida, advirtiendo la excitación de su miembro incluso bajo el holgado pantalón.

    Después de un rato, Filipa sacó los dedos de la boca de Rinaldo y dijo dulcemente: “He de irme ya, el caballero Quasdagliotti está a punto de llegar y debo prepararme para recibirle”. Besó en los labios a su esposo para añadir: “Que paséis una buena tarde”.

    Caminó con pasos gráciles hasta la puerta del aposento mientras su marido la miraba. Rinaldo no pudo reprimir una leve sonrisa al contemplar sus movimientos juveniles. “A pesar de los años transcurridos, sigue siendo mi niña de siempre”, pensó complacido. Y comprendió que la quería más que nunca.

    Cuando estaba a punto de salir, Filipa recordó algo y se dio la vuelta. “Olvidaba deciros que he dejado un lienzo sobre la mesa para que os limpiéis si sentís la necesidad de daros placer. Francesca lo recogerá más tarde”. Filipa volvió a sonreír ampliamente y lanzó un beso con los dedos a su esposo. Se dio nuevamente la vuelta y salió de la habitación, dispuesta a arrojarse en los brazos de su amante.

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