El profesor caminaba por el pasillo, de vuelta a su despacho, después de su clase vespertina. Iba absorto en sus pensamientos, ajeno a otras personas y voces, cuando de pronto pareció despertarse de su ensoñación. Delante de la puerta de su despacho, de pie y observándole con mirada tranquila y serena, estaba la mujer que se había sentado en la primera fila de sus clases durante los últimos días.
Desde el primer momento en que la había visto, el profesor se había sentido extrañamente turbado. Era una mujer madura,.No sólo destacaba de los demás estudiantes por ser algo mayor que ellos, sino también por su elegancia y por la tranquila concentración con la que asistía a las clases. Mientras tantos jóvenes tendían a revolverse nerviosos en sus asientos, cuchichear con sus vecinos y mirar la pantalla de sus pequeños portátiles, la dama en cuestión miraba al profesor sin perder detalle de lo que decía y tomaba apuntes esporádicamente, anotando los puntos importantes de la argumentación. En un par de ocasiones había levantado la mano para preguntar dudas al profesor, con una voz suave y firme y usando palabras claras y precisas. Desde entonces el profesor no podía quitarse de la cabeza aquellos ojos azules y aquella piel blanca de porcelana que contrastaba con sus labios rojos y sus uñas pintadas.
- Profesor, vengo a consultarle algunas dudas que tengo sobre la asignatura- dijo ella animadamente cuando él ya estaba a su altura.
Sujetaba el bolso con las dos manos delante de su falda, a la vez que con un brazo apretaba contra su cuerpo la pequeña carpeta de apuntes. El profesor sonrió y la hizo pasar al despacho y sentarse.
- La nueva alumna, ¿verdad?
- Sí, así es.
- ¿En qué puedo ayudarla?
- Tengo algunas dudas sobre la clase de hoy, cuando ha explicado las causas de la Segunda Guerra Mundial. No he entendido bien hasta qué punto el Tratado de Versalles pudo haber influido en la crisis económica alemana de los años 20 y cómo ésta pudo ayudar a que años después subieran los nazis al poder.
El profesor estuvo un rato explicándole los pormenores de la política alemana en los años veinte. Ella le interrumpía de vez en cuando con alguna pregunta o comentario. Era evidente que había leído algo sobre el tema y que sus conocimientos sobrepasaban con creces a los del estudiante medio. El profesor empezó a entusiasmarse ante la presencia de una alumna brillante y motivada y por un momento casi olvidó la turbación que hasta ese momento le había producido la dama, incluso las fantasías que habían rondado su cabeza durante las últimas noches.
- Voy a enseñarle unas páginas de Internet con datos muy interesantes sobre lo que estamos hablando- dijo él.
El profesor se volvió hacia la pantalla del ordenador y empezó a buscar la información. Ella acercó un poco la silla para ver mejor. Al aproximarse al profesor, él sintió claramente su perfume y no pudo evitar que los pensamientos que habían asaltado su mente aquellos días volvieran a invadirle. Miró subrepticiamente las piernas de ella y se fijó en sus zapatos, unos preciosos botines negros con un fino tacón de aguja. Sólo fue un momento, enseguida retiró la vista, pero tuvo la impresión de que ella se había dado cuenta de su mirada. Hasta creyó verla sonreír secretamente.
Mientras él seguía escribiendo y explicándole lo que aparecía en la pantalla, ella se acercó un poco más, sin dejar de mirar el ordenador, pero con su cara a pocos centímetros de la del profesor. Éste no se movió, siguió aparentemente concentrado en su tarea, pero no pudo evitar que su respiración se acelerara y que sus dedos se mostraran más torpes en el teclado. De pronto, ella dijo:
- ¿Le gustan los bombones?
Él se quedó algo sorprendido y respondió que sí. Sin moverse de la silla ella cogió un pequeño paquete que tenía en el bolso colgado del respaldo y lo abrió. En ella se desplegaba un surtido de diminutos bombones de aspecto delicioso. Sin embargo, como las sillas del profesor y la de ella estaban casi juntas y era difícil para él volverse sin chocar con ella, permaneció todavía de cara al ordenador, un poco indeciso. Ella insistió con una amplia sonrisa:
- ¿Cuál prefiere?
El profesor la miró de lado y se ruborizó. Ella sonreía y le miraba enigmáticamente. Respondió, con una sonrisa algo azorada:
- No sé, me gustan todos, tienen un aspecto riquísimo.
Ella dijo con voz muy suave:
- Será mejor que lo elija yo. Puede seguir escribiendo, yo se lo doy.
El profesor se sorprendió a si mismo volviendo la vista al ordenador sin dejar de tocar el teclado. Vio como ella cogía un pequeño bombón y lo acercaba a su boca, depositándolo entre sus labios. El profesor se dejó hacer y comenzó a chupar y saborear el bombón, que se deshizo dentro de su boca. Era de un chocolate delicioso.
- Mmm, qué rico- acertó a decir.
- ¿Quiere otro?
- Si.
Ella cogió otro bombón y lo acercó a los labios del profesor. Esta vez no lo depositó, sino que lo dejó a unos dos centímetros de su boca. Él tuvo que acercar la cara para cogerlo. Cuando lo hizo, sus labios rozaron los dedos de ella.
- ¿Cuál le ha gustado más?- preguntó ella.
- Creo que el segundo- musitó él casi en un suspiro.
Ella cogió un tercer bombón. Esta vez lo dejó a casi diez centímetros de la boca del profesor. Éste la miró. La boca de ella esbozaba una tenue sonrisa y sus ojos azules parecían penetrar dentro de él. Volvió de nuevo la cara hacia los dedos que sujetaban el bombón y se inclinó, cogiéndolo con los labios. Lo saboreó y cerró por unos instantes los ojos. Cuando volvió a abrirlos se dio cuenta de que ella lo seguía mirando de manera firme y enigmática, sin perder la suave sonrisa.
- Mis dedos están manchados de chocolate- dijo ella sin dejar de mirarle.
- Puedo limpiarlos si quiere- respondió él.
Al decir aquello un intenso calor inundó su cara. Pensó su rubor sería tan intenso que ella se echaría a reír, pero no lo hizo. Acercó los dedos a su boca. El profesor permaneció quieto. Los acercó un poco más y le tocó los labios con dos dedos manchados de chocolate. Él cerró los ojos. Entonces suspiró, abrió la boca y comenzó a chupar y lamer suavemente las yemas de sus dedos, Ella fue metiendo sus dedos uno por uno en la boca del profesor. Sin abrir los ojos, él continuó chupando. Ensalivó aquellos dedos perfectos y blancos, limpiando el chocolate y saboreando la piel. Mientras ella le observaba complacida sin dejar de sonreír. Al cabo de un rato de chupar los dedos, ella le puso la palma de la mano, que él lamió como un dócil perro, y luego el dorso. Las manos de él habían caído del teclado y reposaban a ambos lados de su cuerpo, en actitud de total rendición.
Sacó los dedos de la boca y comenzó a pasarlos por la cara del profesor, rozando con las uñas suavemente. El seguía con los ojos cerrados y se dejaba hacer como la arcilla en manos de la escultora. Entonces se inclinó sobre él y le besó el cuello, para después morderle el lóbulo de la oreja. Junto a su oído, en un susurro que a él le pareció una voz celestial, le dijo con el calor de su aliento:
Mine.
ummmmm el sutil inicio, la seducción que precede a la dominación....el fin.
ResponderEliminarGenial Señora
Quien fuera maestro, para resultar atractivo y objeto de interés para una seductora e inteligente Dama madura de ojos azules con un perfume embriagador.
ResponderEliminarQuien pudiera saborear la dulce mano que le da de comer.
A la espera de la continuación queda un fans de su pluma provocadora.
El profe siempre dará la clase para una alumna tan especial. Mientras explica y la ve en primera fila, no puede evitar que sus pensamientos vuelvan a aquellos dedos que le han dado de comer y que él ha chupado...
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