viernes, 5 de febrero de 2010

El Experimento de Milgram: Los peligros de la sumisión pasiva



El experimento:
A través de anuncios en un periódico de New Haven se solicitaban voluntarios para participar en un ensayo relativo al ‘estudio de la memoria y el aprendizaje’ en Yale. Por lo que se les ofrecieran cuatro dólares más comidas.
A los voluntarios que se presentaron se les ocultó que en realidad iban a participar en una investigación sobre la obediencia a la autoridad.
Los seleccionados eran personas de entre 20 y 50 años de edad, de todo tipo de educación — los había que acababan de salir de la escuela primaria y otros con doctorados.
El observador, al introducirse al candidato a investigar, presentaba a otro individuo, que se hacía pasar también por participante, pero que en realidad es un cómplice del investigador. Entonces les informaba que estaban tomando parte en un experimento para examinar los efectos del castigo en el comportamiento del aprendizaje y la memoria. Asimismo les indicaría que la investigación, usando el castigo en este campo de la ciencia era escasa, y que aún se desconocía cuánto sufrimiento era necesario aplicar para optimar la experiencia.
A continuación, cada uno de los dos participantes escogía papel de una caja que determinaría su rol en el experimento. El cómplice tomando su papel, leería que había sido designado como ‘alumno’. El participante voluntario tomando el suyo, y leyendo que dijera ‘instructor’, se aprestaría para su tarea.
En realidad en ambos papeles se escribía ‘instructor’ y así se lograba que el voluntario, con quien se va a experimentar, recibiera, inevitablemente, el papel de ‘instructor’.
Separado por un módulo de vidrio del ‘instructor’, el ‘alumno’ se sentaba en una especie de silla eléctrica a la que lo amarraran para ‘impedir movimientos excesivos’. Se le colocaban unos electrodos en su cuerpo con crema ‘para evitar quemaduras’ y se señalaba que las descargas eléctricas que recibiría podrían llegar a ser extremadamente dolorosas pero que no producirían daños irreversibles.
Todo esto lo observaba el ‘instructor’
La prueba comenzaba dando, tanto al ‘instructor’ como al ‘alumno’, una descarga real de 45 voltios con el fin de que el ‘instructor’ comprobara el dolor de la descarga y la sensación desagradable que recibirá su ‘alumno’.
Seguidamente el investigador, sentado en el mismo módulo en el que se encontraba el ‘instructor’, proporcionaba al mismo una lista con pares de palabras que había de enseñar al ‘alumno’.
El ‘instructor’ comenzaba leyendo la lista a este último, y tras finalizar le leería únicamente la primera mitad de los pares de palabras, dando al ‘alumno’ cuatro posibles respuestas para cada una de ellas.
Éste indicará cuál de cada palabra correspondía con su par leída, presionando un botón (del 1 al 4 en función, de cuál cree que fuera la correcta). Si la respuesta era errónea, el ‘alumno’ recibiría una primera descarga de 15 voltios que seguiría aumentando en intensidad hasta los 30 niveles de descarga existentes, es decir, 450 voltios.
Si era correcta, se pasaba a la palabra siguiente.
El ‘instructor’ creía que estaba dando descargas al ‘alumno’ cuando en realidad todo era una farsa. El ‘alumno’ había sido previamente instruido para fingir los efectos de las sucesivas descargas. Así, que a medida que el nivel de intensidad aumentaba, el ‘alumno’ comenzaba a contorsionarse frente al vidrio que lo separaba del ‘instructor’ mientras se quejaba de su condición de enfermo del corazón. Luego chillaría de dolor, suplicando que el experimento cesara, y finalmente, al alcanzarse los 270 voltios, gritaría en agonía. Lo que el participante escuchaba era en realidad una grabación de gemidos y gritos enlatados. Si el nivel de supuesto dolor alcanzaba los 300 voltios, el ‘alumno’ dejaría de responder a las preguntas y se escucharían estertores sugestivos de un síncope o de un lapso en coma.
Por lo general, cuando los ‘instructores’ alcanzaban los 75 voltios, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus ‘alumnos’ y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar — lo que harían sin titubeos.
Al llegar a los 135 voltios, muchos de los ‘instructores’ se detenían y cuestionaban el propósito del experimento. Mientras que cierto número continuaba, asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso, comenzaban a reír entusiasmados al oír los gritos de dolor provenientes de su ‘alumno’.
Si el ‘instructor’ expresaba al investigador su deseo de no continuar, éste le indicaba autoritaria-mente y con firmeza:
• Continúe, por favor.
• El experimento exige que usted continúe.
• Es absolutamente esencial que usted continúe.
• Usted no tiene opción alguna. Debe continuar.
Si después de esta última frase el ‘instructor’ se negaba a proseguir, el experimento se interrumpía. De lo contrario, éste paraba después de que se hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces consecutivas.
En el experimento original, el 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la descarga de 450 voltios, aunque muchos expresaran dificultades al hacerlo.
Todos pararían a cierto nivel, cuestionando la racionalidad para el experimento — algunos incluso ofrecieron el retorno del dinero que les habían avanzado.
Sin embargo, ningún participante se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los 300 voltios.
La revisión posterior de los resultados y el análisis de los múltiples test administrados a los participantes demostraron que los ‘instructores’ con un contexto social más parecido al de su ‘alumno’ interrumpían el experimento mucho antes. Quizás porque se identificaban con ellos.
Además de este proyecto. Milgram realizó otros tipos de diseños de investigación en los cuales utilizara ratones. Acerca de los últimos, Milgram filmó una película documental que demostraba los experimentos y sus resultados. La película fue titulada Obediencia, cuyas copias originales son difíciles de encontrar hoy en día.
Antes de llevar a cabo el experimento, el equipo de Milgram estimó cuáles podrían ser los resultados en función de encuestas hechas a estudiantes y psicólogos. En promedio, todos consideraron que la media de descarga eléctrica se situaría en 130 voltios con una obediencia al investigador del 0%. Todos ellos creyeron unánimemente que solamente algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo.
El desconcierto fue grande cuando se comprobó que el 65% de los sujetos que participaron como ‘instructores’, administraron el voltaje límite de 450 a sus ‘alumnos’, aunque a muchos les colocara el hacerlo en una situación absolutamente desagradable.
Ningún participante paró en el nivel de 300 voltios, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de vida.
Otros psicólogos después, llevaron a cabo variantes de la prueba con resultados similares, pero inconsistentes.

Y es que la maldad es algo que no se puede erradicar.

5 comentarios:

  1. el ser humano, siempre tan simpático con el otro

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  2. Es lo que tiene ser tan simpática como yo :P

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  3. ... en los primeros años 80 se repitio el expeimento en la UAM, en plena movida y con la transición de trasfondo politico... los sujetos expimentales fueron alumnos que discutian incluso los pares de palabras que se exponian al recuerdo... ninguno apreto el nivel 13, la media creo recordar fue 7,8 o 8,7 y el coste fue 0 (no se pago a nadie)...
    ¿Curiosa diferencia?

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  4. La mente es imprebisible y las reacciones generadas por algún factor externo lo son aún más.

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  5. Es muy interesante pero también bastante cruel ¿me permitirías tomarlo para publicarlo?

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