miércoles, 31 de agosto de 2011

-((La Fiesta de Madame de Poisy (final)-))-











En la sala todas estaban utilizando de diferentes formas a sus esclavos, Madame de Clichy seguía con el esclavo de piel morena al cual sacaba en ese momento de la sala, la Dama Ruspert se entretenía con el más joven de todos, a quién tenia dando saltitos detrás de una pelota, Monsieur Armand se limitaba a dejarse adorar por uno de los nuevo sirvientes, y Roben había desaparecido hacía bastante rato, o al menos yo no le veía por allí, supongo que andaría “jugando” con alguna de las sirvientas de Madame de Poisy, el espectáculo en la sala era encantador, pero yo me concentré en mi “regalo

Después de haber comprobado en qué estado estaba mi “regalo” decidí que ya era hora de empezar su adiestramiento, y ver cual era su aguante, Para ello le descolgué de las argollas, y le sujeté de espaldas a mi, a la cruz de San Andrés, mi primer paso fue marcarle las nalgas, a continuación procedí a ajustarme mis nuevos guantes de cuero.
Hasta ese momento no había visto la cara de mi “regalo” pero había algo, que me resultaba familiar en él, Madame de Poisy me había dicho que si aceptaba al esclavo a mi servicio, podría marcarle allí mismo, pues tenía instrumentos para realizar esa tarea, de hecho, en el rincón de mi derecha pude ver como había varios hierros candentes encima de lo que parecían las brasas de una hoguera.

La fusta restallaba en el aire silbando y haciendo marcas longilineas en la piel del “colgado”, una pala de madera le marcaba ahora los glúteos, y un bonito color rojo apareció ante vista, cuando este estaba tornándose violáceo cambie la táctica, Cogí dos velas de los candelabros y le vertí dos buenos chorros de cera en sus hombros donde las sujete, según iban derritiéndose la cera le caía por la espalda dejándole abstractos dibujos
Uno de los esclavos de Madame de Poisy a una indicación de ésta, se acercó hasta donde yo estaba colocándose al lado de los hierros candentes, Por instantes nuestras miradas se cruzaron, cosa que no me agrado, pues a los esclavos no les estaba permitido mirar a las Damas directamente, comprobé que tenía unos profundo ojos oscuros, Acércate a mi le ordene, y solicito se puso a mi lado.

Descuelga mi “regalo” y con una mano coge el segundo hierro candente, con la otra mano separa el pene de la ingle, (ese era el lugar elegido para marcarle, justo en el hueco que forma la ingle)

Ahora márcale con el hierro, un aullido sordo brotó de la boca del “colgado” la satisfacción se reflejó en mi cara al ver mi marca grabada en su piel.

Me fijé en el sirviente que me ayudaba, y pensé que también podría ser una buena adquisición, pues tenía un buen cuerpo y podría trabajar y servirme junto a mi “regalo” me giré y le dije a Madame de Poisy que a ese también me lo llevaría, pero antes debía “probarle”



Me fijé en el sirviente que me ayudaba, y pensé que también podría ser una buena adquisición, pues tenía un buen cuerpo y podría trabajar y servirme junto a mi “regalo” me giré y le dije a Madame de Poisy que a ese también me lo llevaría, pero antes debía “probarle”
Si bien la disposición del esclavo, era más que evidente, así que me limité a azotarle y sodomizarle, y para mi grata sorpresa, vi que estaba muy bien dilatado, su pene y sus pezones al igual que el de mi “regalo” también llevaban el aro, Con lo cual procedí a marcarle a fuego, le dije a mi “regalo” que cogiese el mismo hierro que había utilizado para él, y marqué a mi nueva posesión en el mismo lugar, ni un solo sonido salió por su boca al hacerlo, me acerque a él y le dije que ahora se llamaba dan.

Ya eres mío le susurré al oído, voy a quitarte la máscara y ver quién se esconde detrás de ella, al verle no me sorprendí dubet era quién se escondía tras la máscara, gracias atinó a decirme mientras su boca buscaba mis manos, las cuales le acerqué para que las besara. A partir de ese momento su nombre era alcides.

De mi cuello colgaba una cadena de oro regalo del ahora llamado alcides, la cual me quité y pasándola por los aros que mis posesiones tenían en la base del pene, les enganché y así me los lleve cual esclavos comprados en un mercado, alcides y dan propiedad de Madame de Roseau.

(Las últimas ensoñaciones del esclavo sansón a aprtir de esa noche el esclavo dan)

Ocupado en mis pensamientos acerca de cómo acercarme a la dama de los ojos enigmáticos me sobresalté cuando la señora de las esmeraldas tiró de mi collar y me atrajo hacia ella mientras me preguntaba si estaba ausente.



-No, señora, estoy a sus órdenes, le dije, tratando de disimular mi contrariedad.
Ella pareció sospechar que mi mente podía distraerse con tantos estímulos y decidió llevarme fuera del salón, a un salita situada en un costado en la que había un amplio sofá y unos espejos, en medio de una decoración luminosa y alegre. Lamenté profundamente salir del salón y alejarme de mi dama adorada, pero no tenía más opción que obedecer, mientras Mme. de Poisy observaba atenta cómo la señora de las esmeraldas me conducía a la otra estancia.



Lejos de las miradas de los otros invitados, la dama decidió abandonar los convencionalismos y me besó apasionadamente en la boca mientras sus dedos agarraban los músculos de mi espalda y arañaban mi piel. Su lengua penetró profundamente en mi boca y aunque al principio yo estaba algo inhibido y confuso y no me atrevía a corresponder sus efusiones, porque podían considerarse fuera de lugar en un sumiso, ella me requirió para que yo también la besara con pasión, lo que hice de inmediato. Sus gemidos comenzaron a alzarse sobre la suave música que sonaba en la salita, procedente del salón donde habíamos cenado, y se hicieron más intensos cuando me arrancó el taparrabos y dejó escapar mi escandalosa erección. A continuación se encaramó sobre mí cruzando sus piernas a mi espalda, mientras yo la sujetaba con mis fuertes brazos y se dejó caer sobre mi sexo, empalándose a sí misma. Pesaba muy poco para mi fuerza, de manera que la sujeté con facilidad para que ella me cabalgara, lo que hizo acompañándose de chillidos cada vez más desaforados. Pensé que tal vez acudirían los invitados del salón, atraídos por sus gritos, pero no vino nadie. A juzgar por las exclamaciones que llegaban de allí, en el salón debía estar ocurriendo algo extremadamente interesante, sin duda, la dama de los ojos enigmáticos estaba llevando a cabo algo con su esclavo y ninguno de los presentes quería perderse el espectáculo.



La dama de las esmeraldas intensificó aun más sus chillidos y, finalmente, estalló en un prolongado gemido que anunciaba un espectacular orgasmo. Pude ver sus ojos cerrados y su rostro desencajado mientras todo su cuerpo se estremecía. Cuando pareció calmarse, en su cara se dibujó una amplia sonrisa.
-Déjame en el sofá, me dijo.
Yo obedecí, la deposité en el sofá y permanecí de pie, con mi erección intacta, puesto que no me había atrevido a eyacular con ella. Ella arregló un poco su vestido y se echó a reír.



- ¡M. de Rosignac, si estaba usted aquí todo el tiempo y no nos ha hecho notar su presencia!- exclamó.
El caballero aludido salió del biombo en el que había permanecido medio oculto y sonrió a la dama con galantería.
- Estaba usted tan bella y radiante disfrutando con su esclavo que no he querido interrumpir tan maravillosa escena.
- Es usted un bribón, mi querido amigo, me ha visto usted darme el capricho de dejarme penetrar por el esclavo como si fuera mi amante y lo ha permitido, debería haberme impedido hacer semejante extravagancia- dijo la dama con fingido enfado- Y, además, ¿qué hace usted aquí? ¿Por qué no está con los otros en el salón?
- En el salón hay una compañía maravillosa, pero yo realmente le estaba espiando a usted.
La dama de las esmeraldas rió abiertamente:
-Usted siempre tan embaucador, mi querido amigo. Pero siéntese aquí conmigo, necesito reposar un poco y además quiero que me cuente una historia que me ha llegado acerca de…- En aquel momento la dama notó de nuevo mi presencia y me ordenó que me retirara al salón.
- No son necesarios de momento tus servicios, si me haces falta ya te llamaré.

Me puse nuevamente el taparrabos y no pude evitar sonreír cuando volvía al salón. Por fin podía separarme de la dama de las esmeraldas, quien al momento parecía haberse olvidado de mí, y ya se encontraba en animada conversación con M. de Rosignac. Sentí una gran alegría al verlos así, pensé que durante esa noche ya no sería objeto de más requerimientos de la dama y que podría intentar que la señora de rojo se fijase en mí.
Una vez en el salón vi que todos los invitados estaban atentos a las evoluciones de la dama de los ojos enigmáticos y su nuevo esclavo. En todo caso, yo me acerqué a Mme de Poisy, puesto que teníamos órdenes de que al quedar momentáneamente libres debíamos indicarlo discretamente a la señora de la casa, por si deseaba encomendarnos alguna función. Mme. de Poisy me ordenó con un breve gesto que me acercara adonde estaba la dama de los ojos enigmáticos para asistirle en lo que necesitara para tratar con el esclavo. Ahora todo parecía conjurarse en mi favor y pensé que no podía desaprovechar la oportunidad.
Me acerqué despacio y me coloqué cerca de donde estaban ellos, junto a la cruz de San Andrés, me situé pegado a la pared y con las manos a la espalda, en actitud de paciente espera. Pude observar que habían actuado intensamente, puesto que la dama tenía el rostro encendido y un brillo especial en su mirada, que observé sin que me viera. El esclavo, atado a la cruz de San Andrés, tenía el cuerpo sudoroso y enrojecido en diversas partes. Sin duda, había recibido un intenso castigo, pero eso no impedía que de su pequeño taparrabos emergiera su pene erecto y brillante.
En aquel momento la dama pareció advertir por primera vez mi presencia y yo le hice una inclinación de cabeza que indicaba que me colocaba a su disposición para lo que deseara. Al subir nuevamente la cabeza miré directamente a los ojos a la dama durante un brevísimo instante. Era algo que no estaba permitido y podría haberme supuesto un castigo, pero yo tenía la intuición de que la dama no era como las otras y que sus normas estaban por encima de los convencionalismos habituales entre las Señoras. El cruce de miradas fue fugaz, de manera que no podía interpretarse como un desafío o falta de respeto por mi parte, pero fue lo suficiente para que ella pudiera ver algo de mi interior, ya que los ojos son una de las ventanas de la mente. Aunque enseguida bajé la mirada y sólo pude ver un fugaz destello de sus ojos, sentí que ella había percibido algo especial en mí, en mis ojos claros rodeados por la oscura máscara. Sentí su mirada clavada en mi cuando yo estaba ya mirando al suelo, probablemente observaba mis fuertes pectorales con sus pequeños pezones, mis brazos musculosos y mis piernas como columnas, fruto de tantas horas de entrenamiento.
-Ven aquí, dijo, y escuché su voz de cerca por primera vez, emocionado porque además se tratara de una orden hacia mí.
Cuando estuve junto a la dama ella empezó a palparme, como si fuera una mercancía. Me tocó el pecho, las nalgas, los brazos y me agarró el sexo, que obviamente había vuelto a endurecerse al acercarme a ella. Sus manos eran muy suaves, pequeñas y, como el resto de su cuerpo, muy blancas. Puso ambas palmas sobre mis pectorales y los amasó, después los arañó con sus uñas escarlatas y finalmente pellizcó con fuerza mis pezones, obligándome a agacharme. Mi estatura es muy elevada y mi cabeza sobresalía sobre la de la dama, pero al agacharme me puse a su altura. Ella acercó sus labios intensamente rojos a mi oído y me susurró:
- ¿Acaso no sabes que aquí te está vetado mirar a los ojos de las Damas?

Lo dijo en un tono firme, pero no parecía enfadada, más bien parecía haber un deje de ironía en su voz, como si estuviera aleccionando a un adolescente algo díscolo. Habló en un tono muy bajo, para que sólo lo oyera yo, pues de haber llegado al oído de Mme. de Poisy yo podría haber sido duramente castigado por mi insolencia.
- Lo sé, Señora, respondí.
- ¿Y por qué lo has hecho entonces?
- Fue un acto involuntario que no pude reprimir, Señora. Creo que mis ojos se magnetizaron con los suyos y no pudieron evitar encontrarse un momento.

La Dama sonrió de manera casi imperceptible y sin dejar de apretar con fuerza mis pezones.
- No vuelvas a mirarme salvo que te lo ordene.

Yo asentí con una mueca de dolor, porque sus dedos estaban realmente torturándome. Me soltó y me ordenó que permaneciera allí junto a ella, mientras se volvía al esclavo que estaba atado en la cruz de San Andrés. Viendo de cerca al hombre pude ver que no se trataba de ninguno de los sirvientes de la casa, pero su notable estatura y fornido cuerpo me recordaban a alguien familiar. Tal vez se tratara de alguno de los caballeros que asistían habitualmente a las veladas de Mme. de Poisy, pero la máscara que portaba impedía su identificación.

De improviso, la dama de los ojos enigmáticos arrancó el taparrabos del esclavo maniatado. Su erección se liberó y ella la agarró, acariciándola. Con la otra mano cogió mi taparrabos por un lateral y lo arrancó de la misma manera, dejándome prácticamente desnudo. Con esa misma mano sujetó firmemente mi pene, tirando un poco de él y agarrando luego los testículos. Me acercó al otro esclavo y me colocó junto a él, sin soltar nuestros penes, que seguían llenado las palmas de sus manos. Nos acercó tanto que los penes se rozaron, piel con piel. El esclavo atado no veía nada, yo sí podía ver, pero estaba inmóvil con la vista en el suelo.

Entonces la dama de los ojos enigmáticos nos soltó y me ordenó que colocara al otro esclavo de cara a la pared, soltando una de sus muñecas. Lo hice, y a continuación la dama señaló al hogar con las brasas y me indicó que acercara el hierro que se estaba calentando entre ellas. Lo cogí cuidadosamente, vi que debía ser una insignia o escudo, seguramente la marca de la señora. Estaba al rojo. Se lo acerqué, temblando, en parte por el miedo a que me marcara a mi, en parte por la emoción ante la idea. La dama cogió la mano con la que yo sujetaba el hierro y lo acercó a mi pene. Sentí el calor del hierro ardiente muy cerca de mi piel y cerré los ojos presa de pánico, pero sin moverme. Fueros unos segundos interminables, pero el hierro estuvo inmóvil, firme en mi mano dirigida por la suya. Entonces sentí que empujaba mi mano para que la levantara. Me señaló los glúteos del otro esclavo y tocó la parte en la que las nalgas casi tocan la espalda.
- Marca aquí- me dijo.

Yo obedecí, ayudado por su mano y puse el hierro ardiente en el hueco de la ingle y el pene del esclavo. Un aullido sordo y contenido señaló el sufrimiento del hombre, y a continuación todos sentimos el olor de la carne quemada. Cuando levanté el hierro la marca de la dama se veía claramente marcada en rojo sobre la piel del esclavo.
La dama de los ojos enigmáticos se volvió sonriente a Mme. de Poisy, que veía la escena sentada a pocos metros.
-Me lo llevo-dijo triunfante. Sonrió durante unos segundos y luego volvió la cabeza muy lentamente, hasta que sus ojos se posaron en mí. Yo bajé la vista, pero sentía sus ojos penetrantes como si me atravesaran.
- Y a este también- aunque antes he de probarle añadió con voz suave, señalándome.
Yo incliné la cabeza hacia ella en señal de respeto y miré de reojo a Mme. de Poisy. Había una expresión enigmática en su rostro, tal vez una leve sonrisa, tal vez un cierto enojo o envidia contenidos.

4 comentarios:

  1. Delicioso relato... Enhorabuena por la maestría en la descripción. Tanto la Dama como sansón/dan complementan la historia desde su perspectiva. Nos faltaría la del pobre Dubet, marcado como una res.. ¿Y qué ocurrirá cuando la Dama llegue a casa, cómo usará a sus esclavos?

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  2. Esa ya es otra historía....Quizás aparezca publicada aquí o quizás me la reserve para mi.

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  3. encantadora historia de principio a fin que invita a soñar, a dejarse trasportar a la fiesta y encarnarse en alguno de los esclavos...

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  4. La imaginación al poder, aunque yo me quedo con la realidad. :)

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